El libro de Maite Kirch, “La creatividad como terapia. Experiencias en el campo de la salud mental”, constituye un texto de excepción estimulante, si tenemos en cuenta algunos discursos actuales dominantes sobre la salud mental. En nuestra época predominan los enfoques biológicos y farmacológicos, así como también el abandono o desatención por parte de los sistemas de atención institucionales, como no dejaba de señalar el diario El País este martes pasado. Hoy, cualquier grado de locura se formula en términos de disfunción cerebral intervenida con pastillas, se buscan sus particularidades genéticas y se reducen sus signos a estadística o a mero coste económico, es decir a un conjunto de estándares conceptuales que aumentan el papel pasivo e irrecuperable de estos pacientes.
En una línea opuesta a lo señalado, Maite construye en su obra un relato apasionante donde condensa más de treinta años de experiencia, desde comienzos de los ochenta, con pacientes con trastornos psicóticos, esquizofrenias y neurosis graves. Una experiencia desarrollada en el escenario institucional del Hospital de Día de Malgrat de Mar en Barcelona, donde organiza y dinamiza los talleres de expresión, de música, teatro. Así, nos presenta tres registros distintos y originales que interactúan simultáneamente y estructuran el fluir de sus páginas. Por una parte, el discurso de las personas que acuden diariamente a sus talleres, ya sean dibujos, escritos, pinturas o conversaciones con ellos y entre ellos. Por otra, rigurosas aclaraciones de conceptos teórico-clínicos psicoanalíticos, predominantemente de Lacan, como la diferencia entre el yo y el sujeto, la dimensión simbólica del Otro, las identificaciones o la importancia del Nombre del padre en la psicosis. En tercer lugar, el propio discurso de la autora, explicitando sin cesar puntos centrales de su trabajo, así como dudas, objetivos y reflexiones sobre su experiencia.
Sin embargo, a pesar del contexto de psiquiatría comunitaria, que persigue la inclusión social, y de las orientaciones que extrae de la fecundidad del psicoanálisis, “La creatividad como terapia” no resulta una guía técnica de talleres ocupacionales ni de CRIS, ni tampoco un manual al uso de conceptos de arteterapia, ni tampoco un estudio sobre las características expresivo-artísticas de los llamados enfermos mentales. Al contrario, desde otro punto de vista, veremos perfilarse muy pronto, resultado de las relaciones y la escucha sensible que mantiene en sus talleres, el epicentro telúrico sobre el que giran sus propuestas terapéuticas. En las propias palabras de los sujetos, sería un agujero en el ser, donde se agita el desequilibrio interior (pg. 149), una tristeza incapaz de gritar, vidas inmersas en la oscuridad, profundos mares de dolor (pg.153). Maite ilumina este vértice de su trabajo con una excelente metáfora, la de un naufragio aterrador: “Se trata de la angustia psicótica, algo cercano a ahogarse en medio de un océano en el que no hay límites a los que aferrarse, ni voz para pedir auxilio ni nadie para escucharlo” ¿Cómo se las apaña Maite Kirch para construir puentes en este océano, con la confusión y hostilidad del esquizofrénico, con las voces interiores inhabilitantes o mortíferas del psicótico o con una idea de sí mismo como papel usado y tirado del melancólico, que ella cita en su libro? ¿Cuáles son las claves de sus estrategias y tácticas para que surja en ellos la alegría, la risa, la convicción de ser uno mismo, abrirse a los otros, sentirse capaz y compartir con los otros?
Aparentemente, estaríamos ante una sencilla máxima de nuestros sabios clásicos: conócete y cambia siendo creativo: dibujando, escuchando música, representando papeles teatrales, incluso haciendo una excursión o participando en actividades de grupo. Sin embargo, no tardamos en advertir, en las páginas de estilo expresionista del libro, en palpar una posición ética que atraviesa todos los lugares que Maite ocupa, impregnando de libertad, dignidad, respeto y valoración todo lo que allí se produce. Es así cómo estas experiencias se convierten en creativas y terapéuticas, al transformarse el taller en escenas grupales de reconocimiento de sí mismo y de los otros, abriendo la puerta a que “ellos se den” compartiendo sentimientos y pensamientos. Es aquí desde percibimos el arte implícito y de enunciación que insufla Maite, como un corazón que bombea pulsaciones cada vez que, en sus talleres, pregunta, acompaña, espera o invita a los sujetos con un “¿Te gustaría hacer algo?. Evidentemente, esto resuena en ellos como ¿Quieres hacer algo contigo dejándote acompañar en tu naufragio, al dibujar o escribir y decirnos algo de lo que te anula como sujeto?
De esta forma, como una incesante palanca, los sujetos se mueven hacia el alivio de su sufrimiento y su reinvención, aprovechando el viento que la simbolización del lenguaje y lo creativo propician para un constante intercambio adentro-afuera-afuera-adentro que puede llenar de vida. Gracias por escribir un libro sobre lo posible de lo imposible y traer aires de esperanza.
Manuel Sides
Psicólogo. Especialista en Psicología Clínica. Presidente del Instituto de Psicoterapia Psicoanalítica de la Comunidad Valenciana.
Valencia, 11/4/2013